Hace varios años, no recuerdo cuantos la verdad, pero debería tener al rededor de 15 años, yo no era ninguna apasionada de la lectura, de hecho he de reconocer que sigo sin serlo, pero cuando un libro me engancha no puedo parar de leerlo, como Los Juegos Del Hambre o Divergente.
Pues como decía, por aquel entonces que yo no era muy de leer libros en general, y solían aburrirme, mi madre me dio un libro que había comprado para leerse ella cuando tuviese un rato, que se llamaba "Las Luces de Septiembre", me dijo que me lo leyese, porque no leía nada y eso me haría ser inculta, y hoy le doy completamente la razón y se lo agradezco.
Recuerdo que al ver la portada y leer el resumen de detrás me dio mal rollo y no tenía ninguna gana de leérmelo. Pero era verano, y en mi colegio nos obligaban a leernos un libro por lo menos y después escribir un resumen sobre él y nuestras opiniones. En ese momento yo estaba de viaje y no tenía ningún otro libro que pudiese leerme, así que muy a regañadientes, empecé a leer este libro.
El autor, Carlos Ruíz Zafón, a quién había oído mencionar alguna vez por mi padre, ya que decia gustarle mucho un libro suyo llamado " La Sombra del Viento", me llamó la atención y eso me dio algo más de ganas de leerlo... El autor parecía tener fama (en ese momento yo no sabía de él ni la mitad de lo que se ahora).
Bueno, pues con todo y esto empecé a leerme el libro.
Lo cierto es que desde las primeras páginas me cautivo, empezando por el prólogo. No recuerdo todo pero me viene a la mente la atípica historia de amor entre Irene e Ismael, los macabros autómatas que habitaban en la casa donde la madre de Irene había aceptado un puesto de ama de llaves, los paseos en barca por la costa de Normandía de Irene e Ismael, el misterioso faro, y el trepidante final.
Cuando acabé el libro, me tenía atrapada, sentía cada ápice de terror, de amor, de frustración y de todo por lo que les había pasado a los personajes.
Poco tiempo después volví a leermelo, por emoción, y descubrí que formaba parte de una triología del autor Carlos Ruiz Zafón, conocida como "La Triología de la Niebla" ( "Las Luces de Septiembre",
" El Palacio de la Medianoche" y "El Príncipe de la Niebla"). Sin duda, me leí los otros dos, que encontré en la biblioteca de mi colegio, y verdaderamente me encantaron. Después de esos comencé a leer el resto de libros de Carlos Ruiz Zafón y tanto el como sus libros y personajes me enamoraban.
Cuando terminé de leer " Las Luces de Septiembre" por segunda vez, le devolví el libro a mi madre porque le dije que debía de leerselo ya que era muy especial. Desde ese día no volví a ver aquel libro de edición de bolsillo con las páginas algo estropeadas y la portada medio doblada.
Recordé el libro durante un tiempo, mientras seguía leyendo al autor, y en otras ocasiones que me venían recuerdos siniestros sobre los autómatas, y dulces sobre la Bahía Azul de la que disfrutaban Irene e Ismael.
Ahora, alrededor de seis o siete años después de haber leído @ese libro y con vago recuerdo sobre él, entre mis cosas, me he encontrado un documento impreso escrito por mi en el que plasme palabra por palabra el prólogo del libro, la primera página.
Lo cierto es que no recuerdo cuando lo escribí ni porque, pero al encontrarlo y leerlo me ha emocionado mucho.
Me he puesto a recordar aquel libro y aquel momento de mi vida y de nuevo he decidido volver a escribir con mis manos (en el móvil) este prólogo, que todavía me tiene conmocionada.
Me encantaría encontrar el libro y volvérmelo a leer y si no lo encuentro, volver a comprarlo, leerlo y guardarlo para siempre, como un gran recuerdo.
Sin duda os recomiendo que os leáis este libro, sin importar el género de novelas que acostumbréis a leer, sin importar vuestros gustos, porque este libro lo tiene todo y estoy segura de que os va a encantar, así que por favor leerlo y compartir conmigo vuestras sensaciones, tanto si lo leeis como si ya lo habeis leído, decirme que os parece, porque estaría encantada de compartirlo.
Sin más dilación, aquí os dejo el prólogo de "Las Luces de Septiembre" que acabo de volver a escribir copiando de aquella vez que lo escribí en un Word, lo imprimí y lo guardé en un cajón, para encontrármelo un día como hoy.
Allá va. Disfrutarlo.
Querida Irene:
Las luces de septiembre me enseñaron a recordar tus pasos desvaneciéndose
en la marea. Sabía ya entonces que la huella del invierno no tardaría en borrar el espejismo del último verano que pasamos juntos en Bahia Azul. Te sorprendería comprobar lo poco que ha cambiado todo desde entonces. La torre del faro sigue alzándose como un centinela entre las brumas, y la carretera que bordea Ia Playa
del Inglés es apenas ya un pálido sendero que serpentea entre Ia arena hacia ninguna parte.
Las ruinas de Cravenmoore se insinúan, sobre la arboleda del bosque, silenciosas y envueltas en un manto de oscuridad. En las cada día menos frecuentes ocasiones en que me aventuro bahía adentro en el velero, todavia puedo ver los cristales agrietados en los ventanales del ala oeste, brillando como señales
fantasmagóricas entre la niebla. A veces, embrujado por la memoria de aquellos días en que surcábamos la bahia de vuelta al puerto al caer la tarde, me parece volver a ver las luces parpadeando en la oscuridad. Pero sé que ya no hay nadie allí. Nadie.
Te preguntarás qué ha sido de la Casa del Cabo. Pues bien, sigue allí, aislada,
enfrentándose al océano infinito desde el vértice del cabo. El pasado invierno un temporal desguazó lo que quedaba del pequeño embarcadero de la playa. Un acaudalado joyero venido de alguna ciudad sin nombre se vio tentado a adquirirla por una suma irrisoria, pero los vientos de poniente y el embate de las olas en los acantilados se encargaron de disuadirlo. El salitre ha hecho su mella en la madera blanca. La senda secreta que conducía hasta la laguna es ahora una jungla impenetrable, repleta de arbustos salvajes y ramas caídas.
De tarde en tarde, cuando el trabajo en el muelle me lo permite, cojo la bicicleta y me acerco hasta el cabo para contemplar el crepúsculo desde el porche suspendido en los acantilados: solos yo y una bandada de gaviotas, que parecen haberse adjudicado el papel de nuevos inquilinos sin pasar por el despacho de notario alguno. Desde allí todavía puede verse cómo la luna dibuja una guirnalda de plata hacia la Cueva de los Murciélagos al alzarse sobre el horizonte. Recuerdo que una vez te hablé de esta cueva y yo te conté la fabulosa historia de un siniestro pirata corso cuyo buque fue engullido por la gruta una noche...
Esto solo es un prólogo, un comienzo engañoso, que espero os haga querer leer más.